El Migrante Es un Monstruo !

Víctor Celorio

 

Una herramienta muy poderosa para un político es la de crear enemigos que solamente ese mismo político puede destruir.

Donald Trump convirtió al migrante en ese monstruo que todos los demás estadounidenses pueden odiar sin problemas; es un monstruo extranjero que se mete a Estados Unidos sin pedir permiso y droga y mata estadounidenses.

Ese engendro que Trump implantó en la imaginación popular es una de las principales razones por las que Trump fue electo. Anteriormente su “solución” a ese problema fue un muro que ya estaba construido a medias y cuya terminación México iba a pagar: ahora es la deportación masiva de migrantes.

Esta “solución” de Trump tampoco es nueva.

Hace 70 años, el presidente Dwight Eisenhower, el general victorioso de la Segunda Guerra Mundial, con el poderío derivado de arrollar al ejercito nazi y al japonés para ganar la Segunda Guerra Mundial, un héroe de la vida real para los estadounidenses, con una estatura ética, moral e intelectual infinitamente superior a la de Trump, era un hombre con el poder real de ordenar sobre la vida y la muerte de millones de seres humanos. En 1954-55 Eisenhower realizó la deportación de un millón de indocumentados para detener la migración ilegal y la llamó Operación Wetback.

Fracasó. El flujo de migrantes se detuvo momentáneamente pero luego siguió creciendo.

En septiembre de 1969 el presidente Richard Nixon -el ídolo de Trump- que estaba en la cima de su poder geopolítico después de establecer relaciones con China, intentó una maniobra similar e inclusive llegó a cerrar físicamente la frontera con México. Pero el gusto le duró solamente dos o tres semanas: las cámaras de comercio, los grupos industriales y de agricultores se le arrojaron encima de una forma tan feroz que tuvo de que dar marcha atrás rápidamente. Eso ocurrió cuando el comercio en la frontera era una fracción de lo que es ahora.

Igualmente el presidente Ronald Reagan lo intentó y fracasó tan fuerte que, con esa filosofía pragmática que lo caracterizaba, cambió de rumbo y le otorgó la residencia a 2.7 millones de indocumentados.

Desde entonces, los empleadores en Estados Unidos establecieron un contrato implícito con los migrantes, que es un arreglo muy sencillo para ambos. El empleador dice: No me importa tu condición legal; si llegas a mis puertas a pedir trabajo, yo te contrato.

(Un contrato implícito es un acuerdo que no se expresa explícitamente por escrito ni verbalmente, pero se asume por las acciones, el comportamiento o la relación de las partes. Este tipo de contrato tiene validez legal y puede ser exigible en ciertas circunstancias, siempre y cuando las acciones de las partes impliquen una intención de acuerdo).

Confiados en ese contrato implícito, los migrantes saben que las empresas les ofrecerán, sin muchas preguntas, un trabajo constante mejor pagado que lo que pueden conseguir en México y por esta razón muchos arriesgan hasta sus vidas para llegar a las puertas de esas empresas.

Por su parte, los gobiernos mexicanos de los últimos cincuenta años, dominados por el PRI y el PAN, fomentaron el exilio de millones de mexicanos para aliviar las presiones políticas internas. Tener fuera a mexicanos inconformes trabajando como braceros era mejor que tenerlos dentro presionando por cambios sociales y políticos. Encima, el gobierno de México descubrió la cantidad de dolares que los exiliados envían a sus familiares en México y convirtieron las remesas en un punto de presunción y de supuesto apoyo a los gobiernos de México, permutando la realidad: para los exiliados el dinero que envían es una ayuda urgente a sus familiares para que puedan sobrevivir en una economía destruida por la corrupción implantada por los gobiernos priistas y panistas.

Debido a que le conviene políticamente mantener vivo al monstruo de la migración, Trump y los gobiernos de Estados Unidos en general, no mencionan un hecho muy objetivo: Estados Unidos podría acabar con el problema de la inmigración ilegal sin necesidad de redadas ni deportaciones ni guerras comerciales: solamente necesita implementar un programa que fue desarrollado hace 40 años y que se llama E-Verify.

México debería insistir en la aplicación estricta de ese programa en Estados Unidos pues los empleadores que lo usan pueden verificar el estatus legal de los trabajadores que contratan. Al implementarlo de forma permanente, el contrato implícito terminaría y los migrantes ya no estarían seguros de encontrar trabajo. Ante la incertidumbre dejarían de arriesgarse a cruzar desiertos y de ser cazados por la migra como si fueran animales.

A lo largo de los años, cada vez que el gobierno federal de Estados Unidos ha intentado poner el E-Verify en funciones de forma obligatoria, los primeros en rechazarlo y en quejarse amargamente con sus representantes en el congreso han sido los mismo empleadores, quienes objetan el efecto que tiene el programa. Al aplicarlo, no encuentran trabajadores “legales” para los puestos que requieren para levantar las cosechas, procesar carnes y pescados, construir casas y edificios, limpiarlos, mantener sus jardines, cuidar de sus enfermos y en general hacer todos esos trabajos meniales y manuales que los trabajadores “legales” simplemente NO quieren hacer. A nadie le gusta tragar tierra todo el día y solamente los indocumentados están dispuestos a hacerlo.

Este tampoco es un problema nuevo: Estados Unidos siempre ha sido un país con déficit de mano de obra. Por eso las sucesivas oleadas de inmigrantes junto con sus apelativos denigrantes: los alemanes (krauts), los irlandeses (micks), los ingleses (limeys) los polacos (polak), italianos (dagos), rusos (russky) y griegos (greaser) chinos (chinks) y últimamente, los latinoamericanos (spics or beaners)... el mismo abuelo de Trump (un kraut) fue parte de esas oleadas.

Debido a ese déficit de mano de obra y como complemento al E-Verify, Estados Unidos podría organizar seriamente programas de trabajadores temporales para cubrir sus necesidades laborales.

Miles de lideres empresariales ya comenzaron a advertirle a Trump todos los problemas y los costos que tendrá Estados Unidos con las redadas para deportar migrantes.

En resumen, advierten que si Trump sigue haciéndole caso al racista Stephen Miller, Trump va a destruir la economía de Estados Unidos, pues amenaza ahora con elevar los aranceles a las importaciones de México y Canada, sus principales socios, saboteando así el tratado de libre comercio firmado entre los tres países.

A Trump le encanta poner a la gente a la defensiva para abrir negociaciones, y verlos reaccionar. En este caso ya logró que Canadá se peleara con México para competir por su atención. Por eso desprecia a Justin Trudeau y lo considera débil.

Y todavía NO toma el poder.

Tendremos que esperar a que Trump efectivamente ponga sus amenazas en marcha. Así podremos evaluar correctamente el daño y la respuesta adecuada.

El gobierno de México, por su parte, debe continuar lo que comenzó López Obrador: desarrollar el sur del país, que es la fuente principal de mano de obra barata interna y externa.

Mientras tanto, debemos recordar que ambos países (EUA y MEXICO) están mucho más integrados que en el siglo pasado; ahora millones de latinos ya son ciudadanos estadounidenses con familias bien establecidas y prosperas. Son inamovibles y ellos van a oponerse como puedan a que sus familiares sean deportados.

La política de Trump tiene su visión hacia el pasado, en lugar de hacia el futuro. Quiere destruir, en lugar de construir, principalmente en relación a México porque no entiende que nuestros países están condenados a quererse, por todo lo que compartimos.

La comunidad que Estados Unidos y México han construido a lo largo de la frontera es una interetnia -integración étnica y económica- que marca el futuro de la humanidad; en algún momento del futuro la interetnia será reconocida como más importante que la nación, ese concepto que ha causado la muerte de miles de millones de personas a lo largo de los siglos.

Manzanillo, Colima 2024